miércoles, 22 de octubre de 2025

Próximamente - LA VENTA DE LAS MINAS DE RIO-TINTO

Era una noche fría de febrero de 1873. La ciudad estaba iluminada por unas cuantas lámparas de gas que habían sustituidos años atrás a las antiguas farolas que utilizaban grasa de ballena para producir una llama de luz. Una llovizna muy fina mojaba continuamente el suelo de tierra y la niebla empezaba ya a disiparse de la ciudad.

Un carruaje con dos corceles negros esperaba en la puerta de la céntrica calle londinense del número 3 de Lombard Street, sede de la compañía JARDINE, MATHESON & Co. dedicada al comercio de telas y opio con China e Indonesia.


 

En las oficinas del presidente de la compañía, estaban reunidos varios empresarios y banqueros escoceses, ingleses y alemanes redactando un documento confidencial dirigido al Ministerio de Hacienda del Gobierno de España. Junto al crepitar de las brasas de la chimenea, entre la humareda de puros habanos y las botellas de whisky escocés, empezaron a firmar uno tras otro, con pluma y tinta negra el escrito de aquel papel. Una vez rubricado por todos ellos, se secó la tinta sobrante y quedó sellado y lacrado para no ser abierto por nadie hasta que llegara a su destino. Sin mediar palabras, Hugh Matheson tomó la carta, avanzó hasta una persona que esperaba con calma en uno de los sillones de estilo victoriano y se la entregó a William Macfarlane, empleado de la compañía, que con un gesto misterioso, sabiendo de antemano qué tenía que hacer con el manuscrito, se la guardó en el bolsillo interior de su levita, se abrochó los botones dorados, se ajustó su sombrero de copa y cogió el bastón de paseo.

 


De repente se abrieron las gruesas puertas de madera de roble del edificio y cuatro fornidos hombres sacaron a cuesta una pesada caja de madera forrada por láminas de latón y cerrada con un gran candado de hierro. La subieron al carruaje que esperaba paciente y la introdujeron en un departamento secreto bajo el suelo de los pasajeros para ocultarla de la vista de cualquier observador inoportuno.

 

En estos momentos empezaba un viaje secreto, cuidadosamente planeado, por el que se iba a proceder a vender por la Hacienda Pública española las afamadas Minas de Rio-Tinto, una operación financiera que cambiaría para siempre la historia económica de España y especialmente de la provincia de Huelva, que la iba a colocar en la vanguardia de todo el país a principios del siglo XX.




Los dos briosos caballos tiraron con fuerza del carruaje, que empezó a moverse dejando las huellas de sus rodaduras por las mojadas calles de la ciudad, y se dirigió directamente al puerto marítimo de Folkestone, al sur de Inglaterra, para tomar a primera luz del día el vapor y cruzar navegando el estrecho del Canal de la Mancha para alcanzar las costas francesas al mediodía.

 

En la ciudad de Calais se hospedaron en una posada del camino que le ofrecieron una cómoda y limpia habitación y unos guisos caliente de carnes de venado aderezado con ciruelas e higos confitados, estragón, pimienta, mostaza y miel y una botella de vino rojo de Borgoña. Pero aún le quedaban varios días para llegar a París y tomar el tren en la estación de Austerlitz y cruzar Francia hasta las frías montañas de los Pirineos. Al llegar a España los viajeros tomaron de nuevo un carro tirado, unas veces por caballos y otras por bueyes y notaron el cambio en las calzadas, en el hospedaje y en la comida. Como diría Richard Ford, algunos años atrás, un viaje por malos caminos y peores posadas.

 


Tras varios días de viaje y no haberse percatado nadie de la enorme fortuna que contenía aquel cofre, el día 5 de abril de 1873 el carruaje con el cargamento secreto llegó a su destino final, Madrid, a la Tesorería Central del Ministerio de Hacienda de la República española. La caja acorazada contenía 422.680 Libras esterlinas en monedas de oro, que equivalían a más de 10 millones de las antiguas pesetas del siglo XIX, realmente un tesoro para el peculio nacional.

 

Ministerio de Hacienda Fuente: www.hacienda.gob.es

Pero todo empezó varios años atrás, cuando el 27 de junio de 1870 salía publicada una Ley en La Gaceta de Madrid, antiguo Boletín Oficial del Estado, para proceder a la Venta de las Minas Nacionales de Riotinto, sitas en término de Zalamea la Real, con todos sus edificios, montes y terrenos anejos, hierros, útiles, efectos, caballerías y demás existentes en el Establecimiento de la pertenencia del Estado.




El artículo segundo de la Ley decía que el Estado transfería a perpetuidad el derecho de propiedad que tenía sobre el suelo y el subsuelo, un caso excepcional y único en todo el territorio nacional, ya que vendía no solo las propiedades del establecimiento, sino también todo el terreno que estaba en lo más profundo del suelo minero hasta ……. los confines del centro de la Tierra.

Pero, en un error involuntario del redactor de esa norma, como si no quisiera que eso fuera ejecutado así, transcribió la Ley poniendo suelo y sobresuelo, totalmente lo contrario a lo que quería expresar, quedando como una simple anécdota este hecho, ya que al día siguiente quedó subsanado ese concepto equivocado publicándose de nuevo en la Gaceta de Madrid.


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Era una noche fría de febrero de 1873. La ciudad estaba iluminada por unas cuantas lámparas de gas que habían sustituidos años atrás a las a...