“Esta es la fecha terrible que se repite cien veces diarias y que pesa como una obsesión. Hasta los que no asistieron a ella la recuerdan con invencible temor, pues en fuerza de oírla repetir, la imaginación se la representa con todo su trágico vigor de traidora hecatombe”.
Manuel Ciges Aparicio – "Los Vencidos" (1910)
El 4 de febrero de 1888 se produjo
una de las mayores masacres ocurridas en la comarca minera de Riotinto. Según
los datos oficiales murieron 13 personas; según fuentes orales fueron más de
200 personas las que perecieron.
Eran las 4:30 de la tarde del
sábado 4 de febrero de 1888. Tan solo habían pasado 15 años desde que la
Rio Tinto Company Limited comprara en 1873 las minas de Riotinto al estado
español. Unas 12.000 personas se manifestaron a las puertas del ayuntamiento del
antiguo pueblo de Riotinto para pedir, entre otras cosas, la supresión de las
teleras, que desprendían a la atmósfera un venenoso e irrespirable humo
sulfuroso. El Regimiento de Pavía, sin saber hoy en día cómo ocurrió, empezó a
disparar contra la muchedumbre y el resultado fue desastroso. Esta fecha es
conocida como “El Año de los Tiros”,
“El Año de los Humos” o “La Matanza del 88” como se le conocía a
principios del siglo XX.
Este sistema para beneficiar los
minerales se definía como Cementación Artificial o Calcinaciones al aire libre.
Se conoce en las minas desde tiempos de Lieberto Wolters en 1725, pero en 1839, en la
segunda etapa del arrendamiento del Marqués de Remisa, el ingeniero de minas
Ignacio de Goyanes es cuando lo pone en práctica sistemáticamente, cambiando
los hornos cónicos por la forma prismática actual.
El método consistía en colocar
varias toneladas de mineral, que en algunos casos podían ser 300 ó 400 tm,
formando grandes montones, pirámides o teleras, llamadas así por la forma cónica
parecida al pan del mismo nombre y de uso común en la cuenca. Se colocaban
sobre una base de ramajes como jaras y brezos, así como leña de encina y pino.
Se prendía fuego y ardían ininterrumpidamente entre 6 y 12 meses, desprendiendo,
por su combustión, el azufre que contenían. Estos gases sulfurosos podían
llegar a alcanzar las 600 toneladas diarias. Si los minerales no se habían
calcinado bien, podían sufrir una segunda combustión e incluso una tercera.
Con ello se obtenía el cobre puro
en las inmediaciones de la mina, pesaba setenta veces menos que la pirita y podía
transportarse más fácilmente, abaratando de esta forma sus costes.
El procedimiento, sin embargo,
tenía el inconveniente de lanzar unas emanaciones al aire que provocaban
molestias digestivas, respiratorias, conjuntivitis en los ojos, malestar
general, etc. Este sistema utilizado por el Marqués de Remisa, que tuvo
arrendada las minas desde 1829 hasta 1849, había sido utilizada en tan poca
cantidad que no se percibieron los problemas ni para la agricultura ni para la
salud, aunque sí provocó una acentuada desforestación de los montes de la zona,
tanto de ramajes, jara, jaguarzos, brezo, como de arboleda, encina, pino,
alcornoques etc. De hecho, se le acusó de expoliador y se le rescindió el
contrato de arrendamiento.
La Manta – Al fondo Nerva
Una de las primeras protestas que se realizaron se produjo en el vecino pueblo de Calañas en 1876, llegando años después, el 26 de septiembre de 1886, el Ayuntamiento a prohibir aquellas actividades que pudieran ir contra la salud de los vecinos o contra las riquezas naturales; aunque la potestad final la tenía el Gobernador de la provincia, el cual derogó el mandato municipal. El Ayuntamiento de Zalamea en sesión plenaria del 12 de junio de 1887 declaró prohibida las calcinaciones de mineral al aire libre en su término municipal.
De esta forma, el Gobierno de la nación envío a la cuenca minera unas visitas formadas por comisiones mixtas de médicos, geólogos, ingenieros, etc. para que evaluaran los daños producidos por las teleras. El resultado de la comisión fue que reconocía el empobrecimiento del suelo y la escasa vegetación pero debido todo ello a la condición natural del terreno. Esta comisión encontró argumentos para declarar las Teleras “de Utilidad Pública”, esgrimiendo que no eran perjudiciales para la salud, ya que en esa época se había puesto de moda ir a los balnearios a bañarse en aguas sulfuradas y si se podía respirar azufre, tendría que ser beneficioso para la salud. Con este argumento tan simple y erróneo olvidaban el resto de los elementos que componían los Humos de las Teleras: gases amoniacales, antimoniales y arsenicales.
La manta de humos era más densa durante las primeras horas del día, al amanecer, hasta las 10 de la mañana; y al atardecer. La manta era tan densa que un día hubo un choque de trenes porque no se vieron llegar. Según testimonios de Juan Caballero Lancha, a los que hemos podido acceder, "la directora de la escuela pública de niños, dueña de una caballería mular, una noche de gran humareda tuvo el desatino de dejar abierta la ventana de la cuadra y bastó para que el humo entrara en la cuadra y sin más intervalo que unas 3 ó 4 horas muriera la caballería hinchada y echando sangre por las narices".
Cuando en 1873 la Rio Tinto Company
Limited adquirió las minas al Estado Español, empezó a incrementar la
superficie de la calcinación de mineral hasta proporciones desmesuradas y las
molestias para la salud y el medio ambiente se incrementaron, llegando los
humos a extenderse no solo a los cuatro pueblos de la cuenca minera, Riotinto,
Nerva, El Campillo y Zalamea, sino también a Almonaster, Calañas o El castillo
de las Guardas y Aznalcóllar, en la provincia de Sevilla. Los destrozos en la
agricultura y la vegetación eran más que evidentes y la Compañía tuvo que
indemnizar a los afectados por las pérdidas ocasionadas, llegando a indemnizar
hasta unos 1600 propietarios al año. Las primeras indemnizaciones por daños ocasionados a la agricultura se pagaron el año 1878. Un año antes del Año de los Tiros, en 1887, se había pagado indemnizaciones a 1.399 afectados. La última compensación se pagó en 1919.
Riotinto pueblo 1882
Para corregir esos perjuicios
económicos que ocasionaba a la empresa minera, delimitó el término de acción de
los humos en 777 km2 y empezó a comprar las tierras de los alrededores y a
realizar expropiaciones para no tener que pagar tantas indemnizaciones. Hoy día
aún se puede observar las amplias extensiones de tierras a las que llegaron las
posesiones de la RTC en la comarca.
La respuesta de los vecinos no se
hizo esperar y en 1876 se creó la Liga Antihumista, formada como unión de
propietarios agrícolas, grandes y pequeños para reclamar el final de los humos
que les perjudicaba por la pérdida de las cosechas, desertización del suelo,
pobreza forestal y de la agricultura en general.
Desde mediados de 1887 se había
alcanzado el punto máximo de extensión de las teleras, que se extendía desde
Riotinto hasta Planes en Nerva. Se calculó que entre los dos Campos de Teleras
nº 1 y nº 2 sobrepasaban los veinte millones de toneladas de piritas allí
acumuladas.
Durante los meses de noviembre y diciembre de 1887
había llovido en exceso (lo que provocó la gran riada de 1888) y los obreros tuvieron que realizar muchos trabajos de
reparaciones que exigieron considerables horas extras, las cuales no habían
cobrado el mes siguiente. Durante todo el mes de enero de 1888 la situación se
extremó en la mina y el miércoles 1 de febrero de 1888 unos 4.000 obreros de la
mina se convocaron en huelga; el día 2 se extendió por todos los departamentos
y el día 3 de febrero la huelga era general en toda la cuenca minera.
El alcalde de Riotinto, Manuel
Mora, alarmado por el anuncio del paro general, solicitó más efectivos de la
guardia civil para contrarrestar la protesta, que por aquellas fechas no
sobrepasaba la docena de hombres. Su llamada no se hizo esperar y desde Alosno
y Calañas enviaron a medio centenar de efectivos a caballo.
El escrito de los trabajadores
enviado a la Compañía reivindicaba la prohibición de las calcinaciones de
mineral, pero también reclamaban unas mejoras laborales y económicas:
* Supresión de la peseta facultativa, que era el precio semanal por la atención médica de la Compañía.
* Prohibición de contratos en los trabajos de las minas, ya que la RTLC contrataba mensualmente porque el terreno se presentaba muy variable en riqueza y en dureza.
* Reducción de la jornada laboral de 12 horas a 9 horas.
* Relevo del jefe del departamento de contratos.
* Supresión de las multas, por falta de puntualidad, extravío de libro de anotaciones, etc.
* Supresión del descuento del jornal por los “días de manta”, ya que los días en que los humos eran tan densos y no se podía ver ni siquiera en dos metros, el jornal del día (entre 15 y 21 reales) se reducía a la mitad.
El escrito estaba firmado por
Maximiliano Tornet, líder anarcosindicalista. Llegado desde Cuba apareció por
las minas en 1883. Estuvo contratado en los hornos de refino, hasta que, debido
a los gases que emanaban los hornos, tuvo unas hemorragias por la boca y lo
enviaron a los hornos de fundición realizando los trabajos de cronometrador.
Después sería despedido y enviado a la cárcel de Valverde por repartir y vender
propaganda revolucionaria entre los trabajadores. A los dos meses estaba en la
calle y aunque no lo volvieron a contratar en la mina, continuó repartiendo
propaganda sindicalista entre los trabajadores y los vecinos de Riotinto.
Maximiliano Tornet
La situación entre obreros y
agricultores era muy tensa durante esos días de enero y principios de febrero y
fue entonces cuando los líderes agrícolas y líderes obreros se unieron
concretando sus esfuerzos a través de una gran manifestación para ir el día 4
de febrero a reclamar al Ayuntamiento de Riotinto sus peticiones.
Por la mañana del sábado 4 de febrero de 1888 parten dos manifestaciones de distintos lugares. Una, agrícola, desde Zalamea la Real encabezada por el alcalde José González, por el industrial José Lorenzo, poderoso terrateniente de Zalamea que tanta influencia llegó a tener en la Liga Antihumista y por José María Ordóñez Rincón, natural de Higuera de la Sierra, yerno del anterior y presidente de la Liga Antihumista, abogado y diputado provincial, entre otros personajes.
José Lorenzo Serrano, terrateniente de Zalamea
La banda de música de Zalamea se unió a la manifestación para amenizar el recorrido. Al llegar a El Campillo se incorporaron más personas a la manifestación, mujeres y niños y personas de más edad, todo ello como prueba del carácter pacífico de la misma.
La otra manifestación, minera, partió desde Nerva e iba encabezada por Maximiliano Tornet y a la que se unieron las personas de Naya y del Alto de la Mesa.
Sobre las 13:30 horas ambas columnas confluyen en la entrada del pueblo de Riotinto, que según fuentes de la época se componían entre 12.000 y 14.000 personas. Los manifestantes, de carácter pacífico y alegre, con la banda de música a la cabeza, se dirigieron a la Plaza de la Constitución, frente al Ayuntamiento, y a sus calles adyacentes sobre las 14 horas; habían tomado la jornada como un día festivo, donde mineros, pero también mujeres, niños y personas de avanzada edad se habían unido para hacer realidad unas peticiones que llevaban tiempo reclamando. Los lemas escritos en esta manifestación de alegría eran ¡Abajo los humos!, ¡Viva la agricultura!, ¡Viva el orden público! ¡Solo queremos justicia!.
Los mineros y agricultores
esperanzados por este apoyo multitudinario pensaban que podían conseguir sus
peticiones ante la corporación municipal y ante la dirección de la RTCL y se
crea una comisión en representación de sus intereses que sube a la primera
planta del edificio donde estaba el Ayuntamiento de Riotinto para solicitar a
su alcalde Manuel Mora que reuniera a su corporación en sesión extraordinaria.
Este último había intentado que William Rich, director de las minas desde hacía
apenas unos días, prometiera alguna mejora, pero no pudo hacer nada hasta consultar
con la dirección de la compañía en Londres.
William Rich
Durante la mañana de ese día, el
Gobernador Civil de la provincia, Agustín Bravo y Joven, se traslada en tren desde
Huelva hasta Riotinto, acompañado de dos compañías, unos 140 hombres, del Regimiento militar de
Pavía, estando bajo su mando el Teniente Coronel Ulpiano Sánchez.
Tal era el ambiente alegre e festivo
entre los manifestantes, que cuando vieron entrar en la Plaza de la
Constitución a los soldados del Regimiento, fueron recibidos con “vivas”, aclamaciones y aplausos y les
hicieron un pasillo para que pudieran acceder sin dificultades hasta el
Ayuntamiento.
El Gobernador Civil y el Teniente
Coronel subieron de inmediato al edificio y reciben a la comisión de
manifestantes y a la corporación municipal. El gobernador, adoptando una
actitud intransigente y de fuerza, advierte que el Ayuntamiento no podía tomar
el acuerdo de suprimir las calcinaciones y que si lo hacía, él lo anularía de
inmediato, como ya lo había hecho en el vecino pueblo de Alosno. Poco después
los representantes de los terratenientes de Zalamea abandonan el edificio y
regresan a su pueblo.
De manera taxativa y amenazante, el
Gobernador se asomó a la plaza por el balcón del ayuntamiento a pedir a los
manifestantes que se disolvieran y se marcharan, a la vez que el Teniente
Coronel daba la orden de despejar la plaza a la Guardia Civil.
En ese momento, según testimonios
orales, dicen que hubo alguien en la acera izquierda de la plaza que pronunció
unas palabras confusas y que fueron interpretadas como “nosotros también tenemos armas” y otros que la palabra dicha era “almas”. El caso es que, la caballería se
retiró de la plaza y sin dar tiempo a entender lo que ocurría, la tropa del
Regimiento de Pavía sobre las 16:30 horas del sábado 4 de febrero de 1888, ante
una voz que se oyó de ¡fuego!, se echaron
los fusiles a la cara y empezaron a disparar de manera indiscriminada contra los
miles de manifestantes allí congregados.
Entre uno y tres minutos,
según versiones, duraron las tres cargas explosivas, a la que siguió una carga
de fusil a bayoneta calada, por si alguien continuaba con vida, como una mujer que
cayó herida grave de un bayonetazo en la pierna, huyendo por la espalda. Se
asegura que la guardia civil disparó al aire y que en algunos casos se
interpuso entre los soldados y los manifestantes para evitar mayor
derramamiento de sangre.
Al momento, la plaza quedó sembrada de cadáveres, de sangre, de
objetos abandonados, de heridos que se arrastraban para salvarse y la multitud
huyó despavorida tratando de encontrar una salida por las calles aledañas, por la calle Sanz, la calle Wert, la calle
Ezquerra, la calle Teas, pisando a los que caían al suelo y arrasando todo lo
que encontraban a su paso, como los bancos de mampostería y hierro que quedaron
arrancados como si hubiera pasado un huracán, dejando tras de sí una estela de
muerte y desolación. Desde luego que la desproporcionada carga de pólvora y la
posterior a bayoneta calada, prueba la exagerada violencia del ataque de los
soldados en disolver a los allí congregados.
Calle Ezquerra
La plaza de la Constitución quedó
custodiada prohibiéndose asomarse a puertas y ventanas. Algunos manifestantes
encontraron refugio en casa de familiares o amigos de Riotinto, los demás
regresaron a sus pueblos de manera desordenada o a campo a través por miedo a
ser detenidos.
En el Alto de la Mesa, vivía en una
modesta casa un matrimonio con un hijo, no habiéndose vuelto a abrir las
puertas de aquella casa durante unos días; una vecina acudió al juez denunciándoselo;
se abre la casa y se encuentran los tristes preparativos de la modesta comida
de aquella pobre familia, sin que se sepa todavía que fue del matrimonio ni que
fue del hijo.
Maximiliano Tornet aprovechando los
primeros momentos de desconcierto abandonó el ayuntamiento y huyó de Riotinto.
Fue buscado por las autoridades y hay testimonios que aseguraban haberlo visto
por Zalamea. Nunca dieron con él. En 2014, uno de sus nietos llamado Belisario
Torné(t) (el apellido ha perdido la “t” final) declaró que tras la huelga de
1888, su abuelo se marchó de Huelva con su bebé de tan sólo un año y su esposa
María, de 18, a la ciudad argentina de Paraná.
Al cabo de quince minutos el suelo
de la plaza quedó sembrado de muertos y heridos y donde solo los gemidos de
dolor se oían entre los pasos de los soldados. El parte oficial reconoció 13
muertos y 12 heridos, y como anécdota, la causa de la muerte anotada en el
Registro Civil de Riotinto se diagnostica como “hemorragia interna” y no como
“herida de bala” o “herida de arma blanca” como estaba recogida en otras
ocasiones provocadas por reyertas que se daban frecuentemente en la mina.
La tradición popular en la cuenca
minera, transmitida de padres a hijos, afirma que los muertos fueron más de
200. En Zalamea siempre se dijo que la mayor parte de los componentes de la
banda de música cayeron en aquella plaza.

Nunca se supo quién dio la orden de disparar, como nunca se supo donde se enterraron a los muertos. Las tropas del ejército de Pavía no permitió que nadie se acercara a los cadáveres no pudiendo recibir su último adiós. Según la tradición popular los fallecidos fueron enterrados de manera clandestina en la zona de Naya, en la conocida Zarandas. Curiosamente, un año después, en 1889 se inauguró el cementerio San Andrés en Naya ubicado en esa zona donde posiblemente se enterraron los muertos transportados en una batea, un vagón descubierto y con los bordes muy bajos para facilitar la carga y tirado por una locomotora, llamada comúnmente "la maldita".
Hubo quien
asegura que entre el Gobernador Civil, Agustín Bravo y Joven y el Teniente
Coronel, Ulpiano Sánchez, hubo un complot para ordenar la carga de los
soldados: el Gobernador se quitó el
sombrero y con un pañuelo blanco se limpió el sudor de la frente. Por estos
hechos, la tropa de la compañía fue arrestada en el cuartel y durante varios
años los nuevos reemplazos se encontraron con un arresto del que ni siquiera
habían oído hablar de él.
Se investigó la actuación del Gobernador Civil pero quedó libre de culpa, siendo sustituido y trasladado en el cargo. Hoy día no hay vestigios de él en el Archivo del Tribunal Supremo de Madrid. Es como si Agustín Bravo y Joven no hubiera existido.
investigó
Al lunes siguiente, 6 de febrero, todos los trabajadores acudieron a sus puestos de trabajo como si nada hubiera pasado; en todos los departamentos corría un silencio sepulcral; no se hablaba de la matanza por temor a ser despedidos. La matanza del 88 como se decía en esos años. La todopoderosa volvía a ganar.
Los hechos tuvieron tal
trascendencia política que llegó a las Cortes de la Nación y les dedicaron
varias sesiones a fin de dilucidar lo ocurrido. Hubo también muchos periódicos
a favor de la compañía como “La Provincia” y “El Globo” y otros diarios a favor
de la Liga Antihumista como “El Socialista” o “La Coalición Republicana” cuyo
periodista José Nogales se preocupó por esclarecer los hechos dando unas
versiones diferentes. El diputado liberal, Juan Talero, aunque no se significó
en los debates parlamentarios, si trabajó cerca del gobierno abriendo
puertas a la comisión antihumista e incluso favoreciendo el decreto de
prohibición. En Zalamea la Real, se le dedicó a su persona un monumento en una
céntrica plaza del pueblo, aunque él no pudo verla ya que falleció años antes.
Juan Talero (Foto Antonio Conejo)
Uno de los parlamentarios que
interpeló duramente al gobierno fue el diputado conservador Francisco Romero
Robledo; sus intervenciones son sumamente interesantes y nada despreciables. El
magnífico cuadro pintado por el artista nervense Antonio Romero Alcaide refleja
con todo detalle los hechos ocurridos ese día y recogidos en los Diarios de
Sesiones de las Cortes de España: el cura con las manos levantadas aclamando
para que detengan el fuego, la mujer con su niño pequeño de 16 meses, niños y
niñas atemorizadas, le gente huyendo despavoridas, el terror de ese momento…
Hugh M. Matheson
Por todos estos sucesos desconocemos
cuál fue la reacción de Hugh Mackay Matheson al enterarse de lo ocurrido en su
añorada mina, ya que era un hombre tremendamente religioso y comprometido con los
valores de la persona y de los obreros. En sus memorias publicada por su esposa
en 1899 no hizo ninguna referencia a estos hechos.
Aquel fatídico sábado, 4 de febrero
de 1888, la todopoderosa RTCL había vuelto a ganar y lo hizo por 19 años más,
pues hasta 1907 no se apagó la última de las teleras y no porque quisiera
disminuir la contaminación, las enfermedades, los problemas de salud o
medioambientales, sino porque apareció un nuevo sistema por oxidación y
lixiviación del mineral que sustituía la calcinación del mineral al aire libre
que era menos contaminante y más rentable y por tanto le reportaba un mayor
beneficio a la Compañía.
BIBLIOGRAFÍA
* “120 Aniversario del Año de los
Tiros. 4 de febrero de 1888-2008. “Las Teleras” – Conflictos Sociales, Causas y
Consecuencias”. Centro de Arte Moderno y Contemporáneo Daniel Vázquez Díaz de
Nerva (Huelva), 2008
* “Capitalismo minero y resistencia rural en el suroeste andaluz. Rio Tinto, 1873-1900” - Mª Dolores Ferrero Blanco – Universidad de Huelva, 1999
* “130 Aniversario. 4 de febrero de 1888. Año de los Tiros” – Cistus Jara. Zalamea la Real, 2018
* “Génesis del Anarquismo en Minas de Río Tinto. Maximiliano Tornet como paradigma y su papel en el año de los tiros” - Alfredo Moreno Bolaños – Editorial Círculo Rojo, 2016
* Diario de Sesiones de las Cortes – Congreso de los Diputados - Sesión del Viernes 17 De Febrero de 1888
* "Testimonios fehacientes sobre el Tren de la Muerte. 4 de febrero de 1888". Juan Manuel Pérez López y Alfredo Moreno Bolaños. Revista Nervae 2008.
* https://huelvabuenasnoticias.com/
* http://zalamealareal-historia.blogia.com/
* “Los Vencidos” - Manuel Ciges Aparicio – – Librería de los sucesores de Hernando – Madrid, 1910
Enhorabuena, muy interesante
ResponderEliminarCuantas lecturas pueden sacarse de tu crónica.
ResponderEliminarCuántas incógnitas subyacen en ésta historia, y cuántas versiones.
ResponderEliminarHasta Tornet tiene una calle céntrica en Riotinto y un compromiso de la alcaldesa de hace cinco años, de quitarla, una vez demostrado por Alfredo Moreno, que no la merece.